(Breve relato de la experiencia del Museo Franciscano del convento de San Francisco de Quito)

Autor: Pablo Rodríguez Toscano

¡Nadie se esperaba semejante cosa!  Ese lunes, mientras estábamos gestionando unas 80 reservaciones para visitas del fin de semana, escuchamos la fatídica noticia, teníamos que cerrar las puertas del museo temprano y confinarnos en nuestras casas hasta segunda orden.

La mayoría pensaba que esto era cuestión de cumplir con el tiempo de la cuarentena y que volveríamos a reencontrarnos de nuevo. Algunas agencias, inclusive, pensaron en posponer las visitas para el próximo mes. Recuerdo que una proveedora de souvenirs inclusive, nos pidió que el pago que le debíamos, le hiciéramos al regreso. Qué lejos estábamos de imaginarnos que no volveríamos a vernos durante un buen tiempo.

Conforme pasaron los días, la incertidumbre por la situación local y mundial se volvía cada vez más preocupante. La dirección del museo resolvió que los pagos de nómina del mes de marzo fueran normales y que debíamos tomar las vacaciones forzadas por adelantado, en vista de las circunstancias. Así se lo hizo.

Llegó el mes de abril con nuevas preocupaciones, empezaron a difundirse los rumores de despidos y de recortes en obligaciones laborales, lo que inquietó mucho a la dirección del museo, y es que era obvio, todo el sector turístico dejó de percibir el 100% de sus ingresos, por lo que era fundamental hacer una revisión de las finanzas y las reservas que se tenía en aquel entonces. Se decidió apoyarse en la posibilidad de suspender los contratos por 6 meses del personal debido a la dificultad económica.

El panorama fue desolador para quienes trabajamos en el museo de arte religioso más importante de Quito, nunca imaginamos estar en tal situación. El museo vive del ingreso diario, y al no tener dicho ingreso, la posibilidad de perder nuestra fuente de trabajo era muy latente. Sin embargo, el compromiso moral, ético y cultural con nuestra institución y más que nada con nuestros públicos, hizo que dejando de lado la condición contractual, se viera superado el deseo de seguir trabajando para la gente, y a pesar de todo, seguir ofreciendo nuestro servicio desde casa.

La adaptación tuvo que ser emergente, a nivel tecnológico digital, estábamos relativamente lo que se dice “en pañales”, pero asumimos el reto de mostrarnos ante la gente desde nuestras redes sociales con los recursos que en ese momento teníamos. El punto de partida fue la semana de celebración del Día Internacional de los Museos, en el mes de mayo, cuando por iniciativa de la administración, se generó una semana de charlas con invitados especiales en diversos temas patrimoniales e históricos para hablar del Convento Franciscano en un programa que se lo llamó “El museo dialoga con…”, la iniciativa, que planeaba ser solo durante esa semana, fue todo un éxito, tanto así que luego replicamos la idea durante todos los fines de semana por petición del público hasta finales de año. Se expandió el escenario y la propuesta. Pocos meses después, otros centros culturales empezaron a realizar encuentros parecidos. Se descubrió una vía de comunicación, descubrimos que los museos no estábamos muertos, que los museos estaban más vivos que nunca, y que eran fundamentales para ayudar a sobre llevar la situación tan difícil.

Armamos cursos vacacionales en nuestras redes para niños y jóvenes durante los meses de julio y agosto, ayudados de manera voluntaria por nuestro grupo de apoyo “Cantuña”, espacio que notamos también ayudó notablemente a cierto grupo de seguidores de nuestras redes. Las publicaciones diarias con contenidos del museo también fueron fundamentales, fuimos de a poco dándonos cuenta de la importancia de nuestra presencia en el mundo digital.

Luego de los difíciles meses, el confinamiento fue levantado con la propuesta de volver a las actividades de manera parcial. El museo volvió a abrir sus puertas el 15 de septiembre con la esperanza de que la situación mejoraría, esa fue otra realidad. La primera semana de retorno sirvió para dedicarnos a la realización de una minga grupal. Limpieza total de los espacios y restructuración de algunos bienes, fueron las tareas encomendadas.

Recién en el mes de octubre empezamos a recibir a los primeros visitantes “post confinamiento”. Atendimos solo a medio tiempo, hasta las 15h00.

A finales de este mes, tuvimos que mirarnos cara a cara con la realidad fatídica de esta pandemia. El virus entró al convento, nadie supo cómo, lo cierto fue que producto de esta inesperada tragedia, diez frailes estuvieron contagiados, y uno de ellos, nuestro director Fray Manuel García, no pudo superar la batalla, sin duda fue un golpe muy fuerte al espíritu y al ánimo de todos. El museo volvió a cerrar sus puertas de manera voluntaria para precautelar la condición normal de todos.

Luego de un mes volvimos a reencontrarnos, pero esta vez con nuevas condiciones y estrategias. Noviembre y diciembre fueron mejores tiempos, no por que hayamos recuperado nuestro flujo normal de visitas, si no porque empezamos a sobre llevar esta realidad con mayores argumentos y expectativas.

En conclusión, si algo se ha aprendido como Museos de esta realidad, ha sido como principal enseñanza que tanto como la humanidad, los museos se pueden adaptar a cualquier circunstancia, ya que no están hechas por un “molde inviolable”, al contrario, son susceptibles a los requerimientos de las sociedades, a los cambios constantes, a la evolución de las culturas. Permanecer en las mismas condiciones de antes de la pandemia sería un retroceso, sería un tiempo perdido, una exclamación de… “aquí no ha pasado nada”.  Esta es la mayor enseñanza que quienes hacemos el Museo Franciscano de Quito hemos podido asimilar. Ahora está en poder encontrar un “ansiado eco”  de nuestras autoridades para afrontar con entereza y de manera óptima las nuevas condiciones que nos sigue imponiendo la pandemia.