[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Doña Elvia se despertó muy temprano, para llevar a Quito una canasta de frutas y verduras recién cosechadas de su huerta agroecológica, al barrio La Floresta. Cuando llegó a su destino, el Café Praga de la Casa Museo Trude Sojka, encontró a los primeros clientes: Valentina y Pablo, una pareja que vivía a pocas cuadras del Museo. Al ver los productos frescos de Doña Elvia, Valentina y José se quedaron charlando sobre las propiedades curativas de los alimentos. Entonces, salió Anezka de la cocina con los cafés para Valentina, Pablo y uno también para Doña Elvia. En seguida, volvió con tres dulces checos, elaborados artesanalmente por ella misma, con los huevos, la leche y el trigo de Doña Elvia. La conversación se tornó en un rico intercambio de recetas de cocina internacionales.

Mientras tanto, se escucharon voces risueñas de niños, a la entrada de la Casa Museo: un grupo cuyos padres eran vendedores en las calles de la ciudad, acompañados por Mario, el líder de la asociación, quien apoyaba la educación de estos niños. Para muchos de ellos, era la primera que visitaban un museo, y estaban muy curiosos de ver lo que podría esconderse en esa casa antigua, rodeada de plantas. Salió a recibirles Anita. Y en medio de juegos, aprendieron cómo la artista checa Trude Sojka, madre de Anita, se las había ingeniado para usar vidrios rotos, chatarras viejas, botones, conchas y madera para crear hermosas esculturas llenas de vida y significado.

Interpelados por el ruido, los demás fueron a ver qué estaban haciendo los niños. Y Anita les invitó a todos, niños y adultos, a un taller de expresión artística utilizando elementos naturales: barro, hojas, flores, ramas, papel reciclado… Mario, quien también era músico, les acompañó con sus melodías en la guitarra.

Estaban por terminar la actividad, cuando sonó la puerta. Era César, quien venía a terminar la instalación del sistema de recolección de agua de lluvia para el Museo. Venía con un regalo: almácigo de plantitas comestibles nativas de la zona (fréjol, chocho, amaranto, mortiño…). Así que, cuando niños y adultos terminaron sus originales esculturas y pinturas biodegradables, se les ocurrió hacer juntos una minga para sembrar las plántulas en el huerto del Museo, adornado por algunas de las esculturas de Trude Sojka.

Por último, llegó Camila, estudiante de periodismo, para entrevistar a Anita. Y, al encontrarse con Doña Elvia, Valentina, Pablo, Anezka, Mario, César, y los niños, decidió escribir un ensayo sobre el poder de la comunidad, reunida en un museo, unida por el arte para un mundo sostenible.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]